Las historias de debajo de la cama (habitación 432)

Ella había sido un médico con una gran y esperanzadora carrera en ascenso. Sabía tratar a los pacientes, sabía curarlos. Tenía intuición y lógica. Nunca había perdido un paciente.
Innocence era una chica dura, joven, enérgica y sonriente.Se encargaba de cada paciente como si le fuera la vida en ello, y siempre estaba cerca por si había complicaciones.
Pero un día, todo se quedó en nada.
Él llegó enfermo gravemente, había caído inconsciente en medio de un partido. Se llamaba Andrew. Era un deportista de esos que odias, por chulo, por insoportable, porque sabe que es guapo y lo asume.
Ella le odió desde que le sonrió por primera vez. Odiaba su forma de sonreír y mirar, hablar y escuchar. Sobretodo cuando se dirigía a ella.
Y entonces, se descubrió soñando con él.
Innocence nunca se había enamorado del todo, pero no pudo aguantarlo. Habló con él, le explicó su situación, le dijo que no quería respirar sin saber que él la quería. Y él le dijo que también.
Ella salió corriedo, bailó en la nieve de días atrás, de la invernal tarde de noviembre, mientras llovía sobre ella el la fría lluvia. Innocence se detuvo. Parecían lágrimas. Ella sonreía, tal vez fuesen de felicidad.
Se había implicado emocionalmente con un paciente, o todo o nada. Y fue nada.
Esa misma tarde, el corazón de Andrew dejó de latir. Las emociones fuertes lo habían acelerado demasiado, y murió rápido, con una sonrisa de paz en los labios.
Innocence dejó el hospital. Dejó su vida feliz y plena y marchó lejos, a Paradise City, una ciudad en la que nadie le conocería ni sabría qué hacía que sus ojos mirasen vacíos y su respiración dejase de notarse.
En El Hotel California alquiló una habitación para tiempo indefinido. Se quedaría a vivir allí, y pagaría un alquiler módico a cambio de una pequeña habitación.
Debajo de la cama escribía pequeñas historias que jamás se harían realidad.