De la guitarra de la 423


MusicPlaylistRingtones
Create a playlist at MixPod.com

14 marzo 2010

Es como una pequeña muñeca de porcelana (I)

Annette era pequeñita y pálida. Nadie sabía de su familia ni de sus orígenes, aunque como luego ella me explicó antes de irse, sus padres le habían dado la mejor infancia que podía tener una niña en los años 50. La habían querido y mimado, y ella había sido feliz.
Vestía con ropas finas y de colores grisáceos, como si no quisiera que su ropa diera señales de ella, ni de su personalidad tan extraña. Cuando hablabas con ella, parecía invitarte a abrazarla fuerte, como si fuera a partirse en cualquier momento, pero su voz tenue y aguda y su modo de mirar hacia otro lado te hacía sentir como que te entrometías en su pequeño y lejano mundo. Annette sonreía con educación, y al final se levantaba con una disculpa y se iba, y tú te acababas preguntando si estaría enferma, si realmente deberías haberte ido, y dejarla abstracta en sus pensamientos, o si no deberías haber recogido los pedazos de sonrisa que parecían caer al suelo cada vez que hablaba.
Los relaciones públicas del hotel acabaron por dejarla en paz, al igual que los camareros, e incluso recepcionistas y monitores se acostumbraron a su extraña calma y a sus palabras educadamente desconcertantes. Solo quedé yo, de todos los empleados del Hotel, pues me ordenaron que me encargara de ella, por si necesitaba algo.
Annette solía estar sentana en el alféizar de un ventanal de uno de los salones más recónditos del Hotel, el Salón de la Laguna. Era el único salón que daba vistas a la pequeña laguna. El ventanal era enorme, una pared entera de la habitación se había dedicado a este fin. Ella se sentaba allí, callada, y envuelta en una manta, contemplando las vistas de la laguna, de los pequeños riachuelos y de la cascada, y con su expresión pensativa y su sonrisa pequeña, con sus ojos grandes y claros mirando hacia la espesura del bosquecillo.
A mi me encantaba mirarla así. Fui el único que consiguió conversar con ella más de una vez y no acabar deseando marcharme. El primer día me sentí como un intruso, pero bastó una mirada suya para hacerme desistir de mis intentos de marcharme.
-¿Quieres irte? Te llamaré si necesito algo, no te preocupes.
-Oh, no, no hace falta, señorita, estese usted tranquila.
-Sé que soy díficil de complacer, lo siento mucho. ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Will, señorita.
- Yo Annette.
Y ya no volvió a hablar en toda la tarde.
Annette se quedó dos meses en el Hotel. En esos dos meses, yo estuve siempre con ella, siempre. No la dejé sola ni una sola de las tardes. Al mes, acabé deseando que las mañanas se esfumaran, que las tardes llegasen justo al despertar. Annette empezó a sonreír.
Me encantaba verla tan quieta y callada, con su bonita piel blanca y su suave mirada paseándose por el amplio ventanal, con sus piernas largas encogidas cobre el alfeizar y su manta blanca tapándole el torso y la cara, menos sus bonitos ojos rasgados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario