De la guitarra de la 423


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19 abril 2010

Nunca dije que te fueras en serio (I)

Ella se retuerce por el suelo frío y húmedo de la habitación. El dolor de las muñecas parece sobresalir entre las punzadas del resto del cuerpo. Se las han atado, con una cuerda rasposa y dura. La sangre le ha salpicado los brazos y el rostro. Ella pareció no darse cuenta.
Lleva 15 horas encerrada en apenas 3 metros cuadrados.No hay luz, apenas unas rendijas que se cuelan por debajo de la puerta. El frío se le ha encajado en los músculos, y ella lucha por mantener lúcida su mente, por no dormirse y quedarse más indefensa de lo que está. Lucha por que el frío no le llegue al corazón.
No recuerda nada, salvo el momento en que se despertó de golpe, cuando la arrojaron allí, maniatada y entumecida. Sabía donde estaba, en un trastero de aquel Hotel tan antiguo.
No quiere llorar, no quiere darse por vencida. El silencio no la afecta, aún puede oírse los latidos del corazón, aún puede escuchar su propia respiración. Sabe que jamás dejará de estar consciente si piensa en él, en todo lo que pasaron juntos. Como cuando él la abrazó por primera vez, y ella no quiso pensarlo tanto, aunque no pudo evitar sonreír al notar sus brazos rodeandola. O como cuando estaban agarrados, apretados en medio de una multitud, y podían respirarse. Ella quería saber que pensaba él de su proximidad, pero no dijo nada. Solo, quiso que aquello durara tanto como para poder soñarlo.
Con el corazón palpitando, baja la guardia. El frío penetra en sus ventrículos. Se desmaya, con su mirada grabada a fuego en la retina. Lo último que piensa antes de abandonarse a la inconsciencia es que tal vez hubiese podido haber algo, si hubiera aprovechado lo que tenía.

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