De la guitarra de la 423


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12 abril 2010

La bailarina entre el polvo de las esquinas (II): Enciérrate en tu propio sueño

Lucille se levantó, con la voz rota y los ojos destelleantes, con las manos apretadas, y sus labios formando una línea tensa, que o bien contenía lágrimas o un grito de victoria. Salió de la habitación con sus zapatillas de ballet puestas y un sencillo traje blanco, con la melena suelta y la mirada desafiante.
Empezó a bailar en el pasillo, tranquila, rasgando el aire con sus suaves movimientos, rápida como una centella, en dirección a ninguna parte. No había nadie en los corredores, y sus movimientos empezaron a ser salvajes, pero delicados, fuertes y frágiles a la vez, destilando ternura en cada parpadeo. Lucille no abrió los ojos ni una sola vez, mientras jugaba, veloz como un rayo de luz, con su futuro si todo salía bien.
Respiraba sin hacer ruido, intuyendo el camino hacia el auditorio donde bailar hasta que sus miembros dejaran de responderle, mientras su danza se agitaba cada vez más y más, y ella giraba tan rápido que ´solo su sombra, blanca y roja se intuía entre las paredes poco iluminadas del Hotel.
Descendió por las escaleras con suaves saltitos, con una sonrisa afilada en los labios, y abrió una puerta. La atravesó con un giro y siguió bailando, con sus preciosas bailarinas rojas en los pies, lanzando destellos escarlatas como si fueran estrellas en su último estertor, como si fuera una herida por la que la sangre no deja de escapar.
La puerta se cerró, y el cerrojo de fuera también. Lucille no se dio cuenta de nada, ensimismada en su danza, sin percibir que jamás podría salir de allí. Estaba en uno de los sótanos del Hotel, vacíos y olvidados, encerrada en su propio baile, soñando con un futuro de riquezas y felicidad que había quedado atrapado en el resquicio de la puerta.
Ella se agitó una última vez, comprendiendo que no podría salir de allí, y se encogió, apoyada en una de las paredes, en una reverencia a la vida, en un saludo a su cárcel.

P.D: La foto no es mía.

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