Mimmi duerme. Su rostro parece más tranquilo que nunca, pese a que la expresión de miedo parece haberse acomodado y haberse dormido en su piel blanca, aprisionando las chispas de felicidad que saltaban de sus ojos entre muecas de dolor y apatía.
La incertidumbre abre sus párpados, y ella se levanta, con una mirada inexpresiva. Se viste, como cada día, intentando que su ropa no aclare ni quien es ni si es un sueño o un pensamiento.
Camina como si estuviese dormida, deslizando sus pies en unas suaves botas negras de piel sobre el suelo de moqueta del Hotel. Parece ser éterea, apenas un sueño que se desvanece cuando intentas tocarlo con la mano. Va hacia el comedor, con su expresión adusta en la cara. Como todos los días, desayuna un chocolate caliente y un par de tostadas. No se fija en el joven que desayuna detrás de su mesa, mirándola con atención.
Ella se miró en uno de los cristales espejados del comedor. Tenía toda la boca manchada de chocolate. No pudo evitar sonreír, pero pronto la cambió por una cara carente de expresión, avergonzada, relegándola al olvido, apenas una mueca fugaz.
-Te pones muy guapa cuando sonríes, ¿sabes?
Mimmi se volvió, sorprendida, y lo vio allí, sentado, con un periódico en el regazo y un café en las manos.
- Me llamo Axel.
Le tendió una mano sonriente, que ella estrechó sin dejar de mirarle cautelosamente.
-Mimmi.
Él se quedó sorprendido de su voz de soprano, tan aguda y cantarina, que no acababa de compaginar con su indiferencia. Era la típica voz que no dejó de reírse hasta que se quebró.
- Va, ríete una sola vez. Muéstrame esa cara tan bonita que pones al reír. No quiero tener que robarte una sonrisa, ¿sabes?
No hay comentarios:
Publicar un comentario