De la guitarra de la 423


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16 marzo 2010

La bailarina entre el polvo de las esquinas (I)

Lucille había llegado allí buscando un trabajo en los espectáculos del Hotel. Había oído que era un sitio al que mucha gente acudía, y tal vez allí despegara su carrera profesional como bailarina. Llevaba estudiando mucho para vivir de su baile, y era joven, aún podía estudiar otra cosa si llegara el caso.
Iba con una mochilita plateada y algo de dinero. Dentro llevaba ilusiones para vestir, y unas bonitas puntas de ballet rojas. Esas pequeñas zapatillas con sus tiras de seda roja, suave y gastada, pero tan brillante como si fueran completamente nuevas, eran la posesión más preciada de Lucille. Con ellas parecía volar en cada salto, y con cada vuelta, se envolvían alrededor de su pequeño y delgado cuerpo, haciendo que sus piernas parecieran desaparecer en un remolino escarlata, que te obligaba a mirar a Lucille de nuevo, y fijarte en su carita de duende, concentrada en la danza.
Lucille alquiló una habitación, esperando poder demostrar su destreza al director del hotel, para poder bailar cada noche en el salón del edificio, ante los huespedes que sin duda tendrían más respeto hacia ella que los "incultos" e incipientes bailarines de otras culturas urbanas, que a su parecer se cargaban la delicadeza del baile clásico.
Durmió, tranquila, con sueños que sonreían en su cara dormida.

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